jueves, 16 de octubre de 2014

DEL LIBRO "CREDO DEL AMANTE"

I Ching

 

H

OY le he preguntado

al dios

por nuestro amor.

Porque no queremos

dejar de acariciarnos

con la belleza del sol de amanecer.

Porque nos da miedo

que algún día nos encontremos

con la sequedad

de la llanta y el asfalto.

Porque tememos mucho

llegar a ser dos momias

que se acuesten impasibles

en el no más del desamor.

Hoy le he preguntado

al dios

por nuestro amor.

Y –espero que no sea

un duende del deseo,

un extendido fantasma de mi sueño–

el dios habló

de seguimiento, sucesión,

de que abandonemos el recinto del terror

y continuemos

el movimiento alegre de los dos.

Pues cuando se ha encontrado

conexión debida,

por fe y sentencia de lo alto,

no debemos dejarnos extraviar

por demonios de duda y del momento.

 

 

Pájaro

 

E

L amor es un pájaro.

Un día, no cualquiera

(uno en que la luz amanece hecha sonata),

llega y decide crear su nido

adonde se amarán

tu carne y las estrellas.

Empiezas entonces a creer

que eres el convidado de los dioses.

Pero no olvides: el amor es un pájaro.

Tocará su flauta en tu vida

de modo que hasta te desentiendas de las guerras.

Mas es un pájaro,

y por muy bello que sea

el nido que levanta

y la invocación de cielo

que entre sus paredes

te hace astro,

un día,

no cualquiera

(el más triste, cuando la luz

sea secuestrada por la niebla

y las canciones no despierten tu inocencia),

retornará al sitio

adonde antes de él

fuiste un solitario más entre los todos.

El amor es un pájaro.

No se puede detener

el vuelo más frágil, libre y hermoso de la vida.

 

 

Fe

 

E

N el amor solo la fe es camino.

No sé si tú me quieres,

no sabes si te quiero.

Pero seguimos.

Creyendo yo en tus labios,

creyendo tú en mis besos.

Y este credo, perla de luz

es en nuestras vidas,

amor confiado

en la ingrávida cima de sí mismo.

 

 

Mano a Mano

 

E

L amor camina

mano a mano con la muerte.

Ella pugna por destruirlo

mientras él –amor con su fiereza–

pretende iluminar

la ubicua noche del final.

(La muerte sigue

con su tiniebla dictadora

y el amor continúa caminando

con sus inapagables pasiones de utopía).

El amor camina con la muerte

porque él y ella son

dos ríos muy caudalosos

que cuando pasan

al trueno de sus aguas,

los asombrados humanos

solo somos cañuelas

sacudidas por entre sus bultos y riberas.

 

 

Babel

 

B

ABEL eres, alma mía.

¿Hacerles caso a tus lenguas repartidas?

¿Seguir el rumbo marcado por tus verbos?

¿Cuál camino entre tu mare mágnum es el cierto?

Una luz alta, alma mía, hoy me señalas.

¿Es ella cima mayor que otras a las que ayer me condujiste?

¿O es que con todas construyes tu camino?

¿Eres entonces engendro de los mitos,

que creces más cuanto más te damos sangre?

¿A qué voz tuya darle oído, alma mía?

¿Es esta canción de hoy

tu canto pleno y definitivo como un sol?

¿O repites en la farsa de mi sueño

al viejo Ulises desesperado vacuamente

ante insufrible llamado de sirenas?

No me embromes, agujero negro, alma mía:

Alguien que espera gran encuentro,

no merece castigo,

aunque este amor no fuese cierto

en ninguna ínsula del cosmos.

Escúchame. Al menos una vez, Babel de amores, alma mía.

 

 

Credo Del Amante

 

M

E moriría sin tu amor.

Yo soy como la tierra:

Sin lluvia se agrieta

hacia la muerte.

Necesito tu amor.

Sin su latido soy lámina metálica

bajo el herrumbre de todos los olvidos.

Sálvame con tu amor:

Haz con mi alma

lo que la lluvia con todos los follajes.

 

 

Fuente

 

Y

O no te busqué. No te busqué

con los artilugios de la mente

ni con los apetitos de la idea.

No esperaba encontrarte

en las avenidas grises de lo diario

ni te solicité

entre las agujas-verdugo del reloj.

 

Mi bulto circulaba como todos:

Pasando y sonriendo, exitoso fingidor,

a veces en medio del lobo de la noche

contristado por la nostalgia eterna

que nunca han sepultado

ni vestuarios, ni naves, ni empresarios.

 

Yo no te busqué. No te busqué.

O si de mí alguna fuente te llamó,

no la escuchaba el babieca gobierno de mi juicio.

Yo –si te busqué, si algo de mí husmeó

como un perro emocionado tu distancia,

si de mí un agua original tembló esplendente

bajo tu remotísimo firmamento

que ya hacia mí tendía vaporosamente sus galaxias–,

si ser en mí te llamó

entre innominados latidos de la vida,

fue sombra mía que, aun conociendo resplandores,

palpita debajo de mis ojos

a veces como saurio de mares diluvianos,

a veces como ángel propagador de partos.

 

Así que, pues, yo te busqué,

mi tiniebla luminosa te sentía,

te conoció en alguna de las estaciones de la carne,

en algún laberinto de los mitos,

en alguno de los bosques primigenios.

 

Yo te busqué. Tú, la de hoy,

corteza superior de la de ayer,

actual figuración de tu dédalo en el tiempo,

tú –como yo ciega hacia el origen–,

tú te dejaste hallar,

apareciste como boquita de flores que me amaban,

felina que tumbó mi casa del presente,

sonrisa para siempre inolvidable.

 

Y henos aquí.

Vida, cielo, dios, principio, perpetuo libro de los grandes amores

(cualquier razón o fuerza que urdiese nuestro encuentro), henos aquí:

Una sola médula palpitante en el presente,

un trepidante amor que para serlo

destruye sus raíces del entorno.

 

Yo te busqué. Peregrino fui hacia la capital

de tu amor que me esperaba.

Ambos rastreamos

–sin saberlo, porque el amor nunca sabe cuánto sabe–,

ambos tanteamos el olor de nuestras almas en el tiempo.

 

Y henos aquí:

Recobrando en nuestras humedades,

en nuestros besos y distancias cotidianos,

en nuestros gestos y presagios,

en el ensueño y el cimiento que nos mueve,

en el miedo que destruimos bajo el paso:

Henos aquí descubriendo,

como niños juguetones y asombrados

y pensantes derrotados en su idea,

henos aquí descubriendo

la gran catedral de amor que edificamos.

 

 

Metalenguaje

 

T

E amo. Ya no hay más verbo,

ni pronombre, ni sustancia

que amor latiente en sí mismo

y que nos ama.

 

Podría decirte danza en hermosísimo cuerpo

que me llama;

amazona que ignorante de tu mito

has cautivado el país floral de mis instintos;

musgo, vello en tu cuerpo: prado fresquísimo

bajo girantes astros y cascadas;

aroma de tu boca como hierba

recién abierta entre la aurora;

potencia de tus músculos

como diosa armada hacia el placer;

firmamento vertical de tu entrepierna:

Invocadora gruta hacia los mundos

adonde ya no soy yo ni eres tú

sino libertad del instante sin la muerte:

Solo ser intemporal allende el ego:

Elevación plena en los amantes.

 

Podría decirte todo. Mas no alcanzo.

No hay lenguaje para el todo del amor

en que esplendemos.

Te amo, digo entonces:

Antiquísimo decir de los amantes.

Te amo: concurrido camino entre los siglos.

Te amo. Hay más allá

que no contienen estas voces

sacralizadas en los milenios de los besos.

Pero te amo. Lo publico

bajo todos los soles y las urbes.

Te amo. El universo que no cabe

en este verbo

ya lo has sentido

en mi cuerpo que ha dejado de ser mío

para vibrar en tu música carnal

donde adivino mi otro yo

suficiente para serme.

Te amo.

 

Solicitud

 

C

READOR, sé que soy ínfimo:

Gota de sangre diluida en infinito.

¿Qué soy frente a la sinfonía de los mares?

¿Qué bajo los brumosos latidos de las galaxias y el tiempo?

Pero tu oculto designio derramó mi presencia

en el inasible sentido de tu cosmos.

Escúchame entonces, Creador del silencio,

de la rapsodia del astro,

de la melodía del pájaro,

escúchame: permite que ella y yo sigamos,

sigamos amor de cuerpo y sueño,

aunque la luz terrestre esté manchada

por ganancias y cuentas

que no ganan ni cuentan besos ni caricias

sino solo pierden, a todos nos pierden,

en el poder de pocos

y el desvivir de muchos.

Escúchame, atiéndenos Creador,

pues si reúnes a dos

que en la comarca de amor sueñan

con romper la soledad

y conquistar esplendor

como el que late en tu infinita sonata,

es para que tu Creación sea digna

de tu artístico sentido y tu invención.

No creo que sea la negación el camino

de tus seres y tus mundos.

Creador, permite entonces

que en esta Tierra

mancillada de consumo

ella y yo seamos bellos,

como tu sol que inicia amaneceres.

 

 

Drama

 

E

L amor escoge sus actores.

No acepta figuras escogidas

a sombra de político

ni a dedo truculento.

Tampoco acepta guiones

establecidos de antemano

ni le importan

la conveniencia de una dama

ni la distinguida prioridad

de un caballero.

¿Hay concordancia

entre tu vertiginoso lanzarte hacia la vida

como potra arrebatada y tempestuosa,

y mi edad más reposada,

quizá no menos loca?

Me gusta la auténtica erupción de tu buscar,

tu abrirte al mundo como volcán olvidado de la ley.

Eres ingenua, fierecilla que no repara

en que esta jungla tiene peligroso tufo a cazador.

Yo, he pasado con la frente en alto

y espíritu garboso

por este aullido adonde el humano

pierde su sentido

y el alma se le esconde

como niña orinada y temblorosa.

He perdido en el poder de la materia

pero no he perdido

el firmamento de la idea

ni la atávica esencia de mi espíritu.

Pasas, mi gatita eléctrica y audaz,

por la edad de las búsquedas del cuerpo.

Yo atravieso

por la edad de las búsquedas del alma.

Por eso Amor, que escoge sus actores,

decidió embarrarnos con su olor

y con la mirada deslumbrante de su astro,

para que en este mundo

adonde tiembla el ánimo y se ofusca,

credo el latido sea en nuestros besos.

Aunque la puesta en escena sea chiflada

y solo a nosotros nos sirva su argumento.

 

 

Amantes

 

D

ECIR amantes en mi patria

es condenar a cochinos traidores de otro amor.

Gentecillas que se revuelcan en la sombra

olvidadas del cura y su opreso desposorio hasta la muerte.

 

Pero no creo –no creemos–

que el amor sea compromiso

de asfixiarse con otro hasta el infierno.

 

Los amantes de este amor

que aquí les cuento

son pájaros que se conocieron

y volaron

sin atender a lo que dice el código de amor.

 

Los amantes de estos versos

son amantes

porque se aman y se buscan y se encuentran

haciendo caso solo a sus ensueños

y a sus gemidos que calientan

entre el frío del impúdico mundo que los niega.

 

Por eso, si estos amantes continúan,

continuarán solo y solo porque quieren,

porque se aman por dentro y en las calles.

No para que los canonicen cuando mueran.

 

 

A Lo Mejor

 

N

OS hemos envuelto en el amor

como en la más cálida sábana del mundo.

En ella no existe el plan, la hora,

ni nos esperan la familia

ni su dulce apoyo y su censura;

tampoco el trabajo

ni su farsa productiva y mal pagada.

 

Nos envolvemos en el amor

como en madre

aceptante de nuestros defectos y carencias.

 

Sabemos que el amor –nuestro amor– es loco,

una montaña rusa sin su freno.

 

Nos miran los otros, los otros conocidos,

que son huella de todos y su plan de no vivir,

aunque planean mañanas y alegrías.

Nos miran los otros.

Quizá esperan que nuestro amor

se convierta en pájaro chocado

contra el vidrio mentiroso del espacio.

O tal vez buscan que nuestro amor florezca

como un lirio adonde beban

todas las criaturas hermosas de los cielos.

 

Nunca hay que ser tan mal pensado:

Acaso los otros nos miren

para ver si también pueden apostar

por un amor que los preñe de universo.

 

 

El Amor

 

T

Ú has estado: has vivido.

Has pasado

entre las luces de la noche

y por las sombras de los días.

Todos –los hombres por lo tanto–

han mirado tu cuerpo con algo de amazona

y de muchacha agreste y tímida.

También han visto

tu rostro de pájaro hermosísimo

con un dejo de cabra mitológica.

Te han deseado. Pero no el amor.

Amar es ver esa tú que todos miran.

Y además la que no miran.

Esa que estuvo reservada

no únicamente

para que la copa de tu boca

fuese escanciada por el deleite de mis labios,

sino para que tu hogar interior

fuese encendido

por el alma mía que te esperaba.

Sabemos ya qué es el amor:

Es mirar de ti

lo que todos los otros siempre ven.

Pero además esa honda tú

que yo, pues te amo, puedo ver.

 

 

Nosotros

 

U

NO quiere ser uno

con uno mismo

y entre la duda

como fiera que lo acosa

y la certeza

como viento transitorio.

Uno quiere ser uno.

Porque sabe

que aunque nace de un cuerpo,

llega solo.

Y solitario ha de irse,

aunque besos de amor

quieran dejarlo en esta orilla

del resplandor tan poco comprendido.

Uno quiere ser uno.

Porque entiende

que no hay poder externo

ni caricia

que salve al continente de su alma

de su propio destino y su sentido.

Uno quiere ser uno.

Como quiere la nube a su altura,

el río a su agua pasajera,

la planta a la flor que la eterniza.

Uno quiere ser uno.

Porque no hay modo de ser

sino solamente siendo uno.

Uno quiere ser uno.

Pero al serlo,

alguna noche o sonrisa o atractivo

algún otro se le cuela por los ojos

y, como si fuera uno mismo,

abre de par en par sus sentimientos

y este uno que es uno y busca serlo

deja de ser uno y ya es otro

en su carne, sus sueños y su trato.

Y uno, que tanto ha querido ser solo uno mismo,

entiende que hay que ser siempre sí mismo.

Pero ya el otro le arrasa los cimientos

y es él con uno quien ya ocupa

la difícil conquista de sí mismo.