sábado, 15 de febrero de 2014

4 POEMAS DEL LIBRO "EL PÁJARO TESTIGO", QUE TAMBIÉN ESTÁ SIENDO TRADUCIDO AL INGLÉS.

¿A DÓNDE?

 

Yo vengo de tiempos

adonde los niños podíamos jugar con papalotes

(cielos abiertos a los sueños, los pájaros, los vientos).

Por el latido de un cordel subíamos hasta el cielo,

conversábamos con nubes y azules

y el follaje nos aplaudía desde los árboles.

A veces golondrinas o yigüirros

cortejaban con sus juegos nuestro vuelo,

y la brisa, limpio mar de transparencia,

cundía de músicas la nave de polícromo papel donde soñábamos.

Éramos magos: resplandecientes duendecillos de campiñas.

 

Niños de hoy -prisioneros de calles y T.V.-,

a dónde irán ustedes

con cielos cautivos de azoteas,

pájaros que se degüellan en los cables

y vientos radiactivos sin follajes.

 

A dónde iremos todos sin la vida.

 

 

CUENTO A MUCHA DISTANCIA DE LAS HADAS

 

Hijos,

¿cómo decirles,

cómo contarles cómo eran las cigarras

-chicharras las llamaban en mi pueblo-?

A ver... ¿Con qué mostrarlas,

con cuál palabra,

cómo inventarlas hoy, que poco queda?

Eran verdes, sueños, amarillas,

eran el latido del follaje.

Sus alas eran como el agua,

cristalinos óvalos sustentados sobre encaje.

Posadas en un árbol eran hojas,

mínimos satélites de estío: he aquí

su altísima esencia de cigarras:

Eran pequeñas navecillas del verano,

comitiva de la luz derramándose, solar,

por frondas, montañas, espesuras.

Y cantaban, además cantaban;

en las verdes copas vegetales

su concierto era mejor que los chillidos

que hoy enriquecen a los divos del rock entre miserias.

Cantaban.  De crepúsculo a crepúsculo

su canto era la voz llameante,

la palabra vital de los veranos.

Y llovían.  Desde el cielo como un mar de fulgor y mediodías,

las cigarras llovían, eran llovizna

humedeciendo los sueños de niños y de plantas.

Ah, las cigarras,

tan capaces de habitar fulgor y aire,

tan dueñas de los árboles y el día,

las cigarras provenían de la tierra,

años enteros dormían en su germen,

junto al latido de la sombra y las raíces,

en la nutricia fuente de la vida,

sí, las cigarras brotaban de la tierra.

Yo, que fui niño como ustedes,

que fui animal libre como ustedes,

yo, hijos míos,

yo vi germinar a las cigarras,

flores desnudas hacia el sol,

desde diminutos huecos tan redondos

como las formas de la luna y las estrellas.

Yo, de la tierra vi emerger

a los músicos insectos del verano

y, en mis manos, por primigenia vez

al cielo se elevaron.

Mas hoy, como aquel piel roja,

que en su inocente unidad con las praderas,

no pudo comprender

por qué un tren valía más que infinitas manadas de bisontes,

yo, hijos míos,

no puedo tampoco hoy comprender

que las cigarras ya no escolten los veranos,

porque los mercaderes que envenenan el herbaje

exterminan también el terrestre vientre de los cantos.

 

 

TÚNELES

 

Todo: agua, aire, árbol, flor;

libres, deslumbrantes bellezas de los pájaros;

inabarcables latidos de los bosques;

azules, vivas, amplísimas recámaras del mar:

Todo, lo nombrado y lo no dicho, todo

está por perecer.  No lo quiere

la fundadora luz del sol,

ni las fértiles habitaciones de la tierra,

no lo quiere el ciervo copulando con su hembra,

ni lo quiere el anónimo polvo del desierto,

no lo quieren la hierba ni los astros:

No lo quiere la vida.  No lo quiere.  Lo busca

el hombre, sumergido en la impudicia del mercado;

el hombre, nunca dueño de sus íntimos fulgores,

más infeliz aun que una gaviota,

todavía más oscuro que la noche.  El hombre,

ese angustiado y gran desconocido,

se ha creído sin embargo dueño y sabio

de los valles, los ríos y las montañas,

del follaje, la luz y los océanos.

Y donde hubo bosques con sus nidos

ha edificado rascacielos y negocios.

Y donde hubo ríos y floración

manufactura venenos y desechos.

Y donde hubo cielos y albores

ha puesto torres, aviones, humaredas.

Sí, el hombre,

que no es dueño aun ni de su edad,

que no puede siquiera decidir

sobre la caprichosa disposición de sus arrugas,

sí, animal de tan confusas vocaciones, el hombre

ha decidido ser el amo y el juez de la existencia.

Y la vida, que incesante apunta hacia la luz,

él, laberíntico, la arroja hacia sus túneles.

 

 

LA LLUVIA

 

Lluvia, yo, cuando niño,

amaba mucho tus canciones,

tus tambores sonar entre las nubes,

tus trompetas vociferando sobre ríos,

tus flautas cadenciosas entre los arpegios de los pinos,

tus armonías danzando con los gorgoritos de las aves:

Todo el espacio y la luz y la espesura

y los charcos, las flores y las piedras

y el cielo, las cimas y las eras: todo latía,

rezumaba, la prolífica melodía de tus gotas.

Y yo niño, fecundo como tú,

amaba mucho  —lluvia—  el amor

que desplegabas por los campos.

Entonces, mi padre, casi roble, cedro, sauce,

sembrador de vida y de maíz,

inundado llegaba  —lluvia—  de tus aguas,

y era como si por la puerta penetrase

una mano de tu aguacero generoso.

Yo niño, casi un glóbulo

de tu líquida abundancia  —lluvia—,

amaba mucho la vida que fundabas.

Por eso hoy, cuando escucho

tus caballos en estampida por el cielo

y te miro correr por las aceras

y las paredes de macilentos edificios,

sucia, negra, confundidas tus nubes con smog,

tus innúmeros globos cuajados de ponzoña

—una herrumbrosa metáfora de vida—,

entonces lluvia, indoblegable lluvia,

admiro más tu indomable música creadora,

pues quemante y venenosa

como los industriales humanos te hemos hecho,

sigues cayendo, cayendo y empapando:

Estás en guerra

contra el desierto planetario que construimos.

Ah, hermana, madre y abuela de la vida,

antigua lluvia, elemento primordial,

¿seremos los hombres capaces algún día

de ser fecundo espejo de tu música...?

 

 

 

 

 

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